Yo no sé que es el arte. Me niego a indagarlo siquiera. He sido engañado, o mejor, me he engañado yo mismo, por comodidad.
Anoche el cielo era una inmensa coladera por cuyos minúsculos ojales se escurría la luz-vital del universo. Eso me convenció de que vivía engañado. De que alguien nos encerró en una caja de muertos colosal y que ya no quiero probar los colores porque esas golosinas no son sino la degeneración, los raquíticos vástagos, de la susodicha luz.
Nos han dado poco, sin duda. Y si esperábamos escalar el caldero, vencer el torrente, con nuestras propias fuerzas, nos espera un mar de arrepentimiento.
Los dejamos ir, los gastamos. Los abaratamos con nombres mundanos y se fueron acabando. Le fabricamos un traje (una mortaja), por miedo supongo, a lo que no debía ser contenido. Ahi del cuerpo, ahí la obsesión del minuto.
Como un nervio que latía subterráneo seguí la pista del río luminoso. Cerros, dehesas apabullados por la Edad de Bronce. Y al ponerse el sol estaba solo.
viernes, mayo 08, 2009
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